La
cal aumenta sensiblemente el consumo, debido a que se incrusta
en el serpentín y las resistencias actuando como aislante
de calor. Por cada milímetro de incrustación
se consume un 16% más de energía. Los jabones
y detergentes forman con la cal del agua compuestos indisolubles.
Además, estos compuestos retienen las bacterias, protegiéndolas
de la acción bactericida de los jabones desinfectantes.
Con el agua dura se pierden las 2/3 partes del producto detergente
usado. Los fabricantes lo saben y lo advierten en las etiquetas
de sus envases.
Con el agua descalcificada, no sólo se ahorra en detergentes,
sino que se obtiene una ropa más suave, con colores
más vivos y más duradera. La cristalería
queda reluciente. Asegura una piel más suave, y es
ideal para el afeitado haciéndolo más fácil.
La piel posee un pH ácido, que evita la proliferación
de bacterias. Si empleamos agua dura, aumentamos la alcalinidad
de la piel por la acción del jabón, por lo que
se provocan granos, picazones, sequedad, etc...
Los descalcificadores son aparatos que actúan sobre
la composición fisicoquímica del agua, reduciendo
el calcio y el magnesio responsables de las incrustaciones
de sarro. La acción química provoca el ablandamiento
del agua, principio que consiste en reducir el calcio y el
magnesio del agua.
El agua a suavizar circula a través de resinas intercambiadoras
de iones (resinas catiónicas, fuertes) que intercambiarán
el calcio y/o el magnesio por sodio. A la salida del aparato,
el agua ya no provoca incrustaciones. Con la eliminación
total o parcial de la dureza, el agua se ha convertido en
agua “dulce”.
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